
Igual algún día conozco a un chico, él me conoce a mí, nos gustamos, estamos en etapas de la vida parecidas y casi sin quererlo empezamos una relación (con una burrada de pasión al principio), nos enamoramos (y nos llega la serenidad), pasamos alguna crisis que logramos superar porque los dos nos damos cuenta de que lo que tenemos merece la pena, aprendemos a aceptar nuestros defectos y hasta a reirnos de ellos, hacemos planes que a veces cumplimos y a veces no, nos invade la rutina por momentos y por momentos nos preguntamos qué haríamos el uno sin el otro. Y al final comemos perdices.
Pero igual ese día no llega. Puede pasar. Igual nunca superamos la crisis e igual en lugar de preguntarnos qué haríamos el uno sin el otro tenemos que experimentarlo.
Aunque esto no es lo que quería contar. Decía que me ciego. Me vuelvo tan ingenua que cuando me analizo desde la distancia me encuentro un pelín ridícula (o un muchín). Me considero una persona bastante racional (esas risillas...) pero cuando me enamoro se me deben desactivar las neuronas que reconocen el peligro, las de la sensatez, las que distinguen la realidad de los sueños y sólo me quedan activas las encargadas de idealizar al 'hombre de mi vida'. Peligroso, lo sé.
Y después de todo este proceso toca la tarea de 'des-conocer'. O de 're-conocer' al príncipe azul que se ha convertido en rana. Lleva su tiempo, es duro, pero se consigue y es entonces cuando siento un poco de vergüenza ajena por lo que fui y un mucho de ternura por lo que soy capaz de ser.
Y me juro que la próxima vez será distinto. ¡Por estas!
BESITOS :)
3 comentarios:
te entiendo tanto tanto, como si yo misma hubiese escrito estas líneas, un gran beso!
Lo que no entiendo es lo de comer perdices...¡si por lo menos comiéseis percebes!
Ay... qué me vas a contar! Ahora sólo falta que todas nos lo creamos, jaja
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