sábado, 11 de septiembre de 2010

EL CHICO BUENO

Me había acostumbrado o a la frivolidad o al drama. Sin medias tintas. A darle una alegría al cuerpo o a morir de amor.

Y un día cualquiera va y aparece él. Con su gesto serio y su acento castizo contando cosas que suenan bien. Un chico agradable. Sin misterio. Sin peligro.

Un chico que no me puede gustar porque no me pone tensa, no me obliga a imaginarme en qué estará pensando porque antes de que me dé tiempo siquiera a hacerme la primera pregunta...va y me lo cuenta. Un chico que no es mi tipo porque no tiene miedo a pedir aunque sepa que eso le obliga a dar, y yo bien sé que eso a mí no me pone. Las cosas fáciles no son para la menda, yo soy más de batallas largas que no siempre acaban bien (por no decir nunca).

Pero va el tío y me dice que le gusto, ¡que le encanto, dice! y resulta que esas cosas que otros juzgan de mí a él le hacen sonreir. Y me da un beso adolescente de esos que te ponen la piel de gallina y cosquillas en el estómago...y no contento con eso se atreve a cogerme de la mano (habrase visto).

Y este chico (que ya he decidido que no me gusta) me obliga a tomar una decisión. Porque él ya ha tomado la suya y porque tiene poco miedo a hablar de sus sentimientos y el temor justo al fracaso.

Y este chico (que, vale, igual un poco sí que me gusta) me mira de frente y no me queda otro remedio que volver a preguntarme qué es lo que quiero. Qué es lo que quiero de verdad.

Y mira, chico, tú ganas, te quiero a ti. Te quiero. Mucho.